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Carisma Mercedario y Eucaristía
CARISMA MERCEDARIO Y EUCARISTÍA
Xabier Pikaza. Roma, febrero 1986
INTRODUCCIÓN
Este año 1985, coincidiendo con el 750 aniversario de la Confirmación Pontificia de la Merced, se celebra el 75 aniversario de la fundación de las Hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento; ellas integran en un mismo carisma dos aspectos, o mejor, dos tradiciones eclesiales: el compromiso liberador de Pedro Nolasco y la exigencia de adoración y entrega que brota de la Eucaristía. De esos aspectos, de su mutua implicación y riqueza, queremos hablar muy brevemente en lo que sigue.
- Dos tradiciones: lo mercedario y lo eucarístico
El único camino de Jesús viene a expresarse de diversos modos dentro de la Iglesia. Por eso existen movimientos carismáticos y formas de espiritualidad que se distinguen con cierta nitidez unas de otras. Normalmente se piensa que la espiritualidad mercedaria es activa y redentora; por el contrario, la devoción eucarística tiende a ser contemplativa o más bien reparadora. Hay algo de cierto en esa división. De todas formas, debemos añadir que los dos rasgos se implican mutuamente: el carisma mercedario debe desembocar en un gesto contemplativo de adoración y alabanza; por su parte, la mística de la Eucaristía debe abrirse a un compromiso de comunión y entrega de la vida.
Empecemos por el rasgo mercedario. La Merced toma su origen de San Pedro Nolasco y de su entrega redentora en favor de los cautivos. Llamamos cautivos a los hombres y mujeres que se encuentran sometidos al poder de la opresión: todos aquellos que padecen la violencia de la vida están esclavizados por el hambre, la injusticia del mundo o de la carencia de una verdadera libertad para buscar su camino y realizarse.
Son cautivos los que sufren, encontrándose oprimidos por la fuerza destructora del mal de nuestra tierra: en cierto modo son esclavos, están aprisionados por la misma dureza de la misma y corren el peligro de perder su libertad, su más profunda dignidad humana. En ese aspecto, los cautivos viven bajo el riesgo de perder su fe: ¿cómo mantener la confianza de Jesús y responder a su llamada en una tierra que nos hace esclavos, en un mundo que por todas partes nos maneja? Todo nos invita a abandonar la fe, dejándonos llevar por la violencia del sistema o cayendo en la desesperación.
En otro tiempo parecía primordial el “extender la fe”. Hoy sabemos que también es importante el “mantenerla”; mantenerla allí donde los cambios de la historia y los nuevos cautiverios amenazan por doquier, cerrándonos el paso que conduce al reino de Jesús. Pues bien, ¿cómo mantener la fe? No basta predicar; hay que ayudar al hombre que se encuentra más perdido a nuestro lado: a los que sufren por la fe, a los que carecen de libertad para desarrollar su vida, a los marginados de la sociedad, a los que están manipulados por una propaganda ideológica que impide la apertura al evangelio… En todos esos campos y otros muchos el mercedario, siguiendo a Pedro Nolasco, tiene que ejercer su acción de libertad, debe ayudar al más cautivo, llevándole a un espacio de libertad, sosteniéndole en el camino, animándole con su propia entrega.
Por eso, estrictamente hablando, el mercedario debe expresar su carisma en una actuación liberadora: realiza un gesto de servicio en favor del más necesitado (del cautivo), ayudándole así a desarrollar su vocación cristiana. No predica directamente con la palabra sino con el ejemplo y con la entrega: libera a los demás, les ayuda a vivir en dignidad, para que puedan abrirse al gran misterio de la fe cristiana. El mercedario sabe que “hay esclavitudes” que amenazan con ahogar lo más profundo del hombre: su aliento religioso, su misma fe cristiana; por eso, porque quiere a los hombres y asume el misterio de Jesús, el seguidor de Pedro Nolasco sigue empeñándose en realizar, en las nuevas situaciones y formas de vida de este tiempo, una acción liberadora.
Pero veamos las cosas con mayor hondura. La acción liberadora de Pedro Nolasco no se puede realizar por simples motivos sociológicos; no brota sin más de una estadística económica, no tiene un contenido político y mundano. El mercedario ayuda a los demás porque ha creído en Jesucristo y porque ha visto el rostro de Jesús se desfigura en los cautivos de la tierra. Por eso debe alimentar su compromiso en un sencillo pero muy profundo gesto de misterio. Esto significa que el liberador tiene que ser el hombre de fe, un contemplativo. Veamos sus niveles.
Hay un nivel contemplativo en la manera de entender a María, Madre de la Merced o libertad de Jesús sobre la tierra. Entregándose a la empresa redentora, Pedro Nolasco ha descubierto un rasgo muy profundo en el misterio de María: ella no es sólo madre Inmaculada, Virgen orante o Señora de los cielos; ella es madre de los más desamparados, inspiradora de una acción de libertad que lleva a redimir a los cautivos. Sin esa inspiración mariana, de hondo temple espiritual y vivencia contemplativa, la acción de la Merced pierde su base, olvida su sentido.
Sabemos también que la actuación liberadora de Nolasco implica una visión muy profunda del misterio de Jesús, el redentor que se ha entregado a los hombres. No basta con verle allá arriba, en la gloria de Dios, sentado a la derecha del poder inmenso. El mercedario sabe que Jesús se encuentra sufriendo en los cautivos, desfigurado, amenazado, torturado. Así lo advierte al colocarse delante del sagrario o al ponerse ante el Señor crucificado
Sabemos también, que la actuación liberadora de Nolasco implica una muy profunda visión del misterio de Jesús, el redentor que se ha entregado por los hombres. No basta con verlo allá arriba, en la gloria de Dios sentado a la derecha del poder inmenso. El mercedario sabe que Jesús se encuentra sufriendo en los cautivos, desfigurado, amenazado, torturado. Así lo advierte al colocarse delante del Sagrario o al ponerse ante el Señor crucificado: la cruz se amplía y de sus brazos vienen a colgar todos los presos, los cautivos de la historia. Esta inspiración, esta certeza espiritual es la que lleva al compromiso de la acción liberadora.
Finalmente, Pedro Nolasco y sus primeros seguidores mercedarios descubrieron el carácter “trinitario” de la empresa redentora: no ejercían una simple acción social, estaban expresando sobre el mundo el misterio original del Padre, del Hijo Jesucristo y del Espíritu divino que han querido y quieren liberar a los cautivos de la tierra, conduciéndolos al plano superior del reino, que es amor y libertad, hondura y comunión interhumana. Por eso, los primeros mercedarios fueron hombres de profunda vivencia trinitaria: se encontraban empapados en la savia del amor de Dios que es comunión, entrega de la vida y gracia compartida. Por eso lo tenemos que el carisma mercedario, siendo el primer lugar activo, implica una profunda vivencia de misterio tiene una expresión contemplativa.
Pero las Hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento desarrollan, a la vez, una vivencia de carácter eucarístico. En este aspecto son al menos de manera radical contemplativas: viven para reflejar sobre la tierra el gran misterio de la presencia de Jesús convertido en pan de salvación y vino de amor entre los hombres.
Día tras día, las religiosas Mercedarias del Santísimo Sacramento escuchan la palabra clave de la gran celebración: “Este es el misterio de nuestra fe”. Este es el misterio del gran Hijo de Dios, Logos del Padre y creador de nuestra historia, que se hace muy cercano en este signo de presencia y pequeñez en nuestra tierra. Ante este descubrimiento cesan todas las palabras; nace un gran silencio que llena, va llenando lo más hondo de la vida de los fieles. Desde este descubrimiento cesan los proyectos, las acciones humanas las conquistas de la historia: ¡todo es tan pequeño!, todo está centrado y viene a culminar en ese cáliz y ese pan que son la Eucaristía, es decir, la palabra y el gesto de alabanza.
El mismo nombre de la congregación resalta ese motivo de misterio, adoración y alabanza. Son religiosas del “santísimo” es decir, de la misma “santidad “de Dios que se hace presente en esta tierra. Santo es lo alejado, lo sublime y majestuoso, aquello que nos saca de la rueda de las cosas repetidas, siempre iguales, de la tierra, y nos sitúa ante la hondura originaria: ¡el mismo Dios se hace presente!, nos sacude, nos conmueve, nos retuerce y sobrecoge. Sentimos todavía las palabras del Antiguo Testamento: ¡nadie puede ver a Dios y quedar vivo! Es como una luz que ciega, palabra que nos deja mudos, hondura que produce vértigo, una vida que nos saca de las viejas costumbres de la vida.
Estamos ante Dios, el santo, y sintiéndonos fundados en su amor y su presencia, nos sentimos a la vez “fundidos” derretidos, o más bien, transfigurados. Por eso no tenemos más palabras que el silencio acogedor, la adoración sublime, la alabanza siempre humilde, radical, de pequeñez y de acción de gracias.
Pero el “Santísimo” se muestra a través del “Sacramento”: por medio de los símbolos o “especies” muy pequeñas, es decir el pan y vino consagrados. La santidad de Dios, guardando su poder y trascendencia majestuosas, ha venido a reflejarse en la comida de Jesús, el pan y vino que ha querido ofrecer a sus amigos, ese mismo pan y vino con que ahora nos convida dentro de su Iglesia. Por eso nos sentimos confortados. Es como si el mismo Cristo nos dijera: ¡nos busquéis la gran palabra en las alturas! no escaléis los cielos, no bajéis hasta el abismo de la tierra; no sigáis buscando en libros viejos de la historia; la santidad de Dios se ofrece para todos, muy cercana, en ese pan y ese vino que la iglesia sigue consagrando cada día en recuerdo de Jesús, con La potencia de su Espíritu y su misma palabra de alabanza.
Por eso, la adoración se convierte en gesto de confianza, el misterio se traduce en cercanía agradecida y el amor de Dios se viene a presentar en las señales más humildes y concretas del amor de nuestra tierra: el pan y el vino compartido entre los hombres. En este mismo momento descubrimos que la adoración eucarística se expresa en forma de entrega por los otros y lleva rasgos de comunión interhumana.
La duración se traduce en forma de entrega. Descubrimos a Jesús en la señal del vino: “éste es el cáliz de mi sangre que se entrega por vosotros…” Y nosotros aceptarnos y decimos “amén”, como asumiendo la vida de Jesús que ha derramado su sangre por nosotros. Desde ese mismo instante aquella “entrega de Jesús” se viene a presentar como principio de una entrega que nosotros asumimos en favor de los demás, nuestros hermanos. Dejamos de ser “dueños” de la propia vida: la hemos puesto, con Jesús, sobre su cáliz, y queremos derramar la día a día por los hombres. En otras palabras, el sacrificio de Jesús se convierte de esa forma en fundamento y sentido de nuestro sacrificio. Por el mismo hecho de ser “eucarísticas”, las religiosas del Santísimo Sacramento son redentoras: se comprometen a entregar su vida por los otros, como Cristo la entregó por ellas; toda su existencia es ahora sacrificio, es una ofrenda radical que sólo puede culminar y realizarse plenamente por la muerte.
Pero esa Eucaristía no es sólo “sacrificio”; es comunión, como lo muestra de una forma especial el pan que se comparte; es Cuerpo de Jesús que sea entregado por los hombres y va uniendo a los hermanos, para hacer que participen mutuamente de su vida y se enriquezcan los unos a los otros en un mismo camino de solidaridad, de búsqueda y misterio. Sin el sacrificio de la vida que se entrega por los otros, en el signo del vino, resulta imposible la comunión del amor que unifica los hermanos en el signo del pan. Pero, al mismo tiempo, un sacrificio que se queda en pura entrega y no tiende a la alegría de la comunión y a la vida compartida, podría aparecer como altruismo, pero nunca es verdadera realidad cristiana. El evangelio de Jesús culmina allí donde los hombres son capaces de entregar la vida y compartirla, en gesto de amor comunitario. Aquí culmina también la adoración de Jesús Sacramentado.
Esto significa que las religiosas Mercedarias del Santísimo Sacramento, fundándose en la adoración eucarística, tienen que desarrollar un gesto muy profundo de actuación liberadora: el mismo Jesús Sacramentado les conduce a la entrega de la vida. De esta forma vuelven a encontrar su raíz mercedaria. De un modo algo simplista podemos afirmar que los caminos se completan: el gesto mercedario lleva del compromiso redentor a la adoración del Cristo cautivado; el carisma eucarístico conduce de la adoración del Sacramento a la actitud de entrega por los otros. Los dos caminos se juntan en el gran misterio de la comunión, en la unidad de los hombres liberados que, fundándose en Jesús, reflejan sobre el mundo la verdad del reino.
Teniendo esto en cuenta y repitiendo en parte lo ya dicho, unimos los caminos y exponemos los dos rasgos del carisma de las religiosas Mercedarias del Santísimo Sacramento: su experiencia orante, su experiencia redentora.
- Experiencia orante: aspecto mercedario y eucarístico.
Tres son los rasgos que voy a desplegar en esta perspectiva: devoción Mariana, mística liberadora, vivencia eucarística. Son como peldaños de una misma escala, aspectos diferentes y complementarios de una misma entrega. Los presento a partir de San Pedro Nolasco, como signos de un camino que culmina con las Mercedarias del santísimo Sacramento.
Hay un primer rasgo Mariano que debe explicitar de una forma mercedaria y eucarísticas. Para un mercedario, María es ante todo la Virgen y patrona de la libertad: ella es la madre de la Merced, liberadora de los hombres que se encuentran oprimidos. Así lo ha expresado ella por siempre en la palabra del Magníficat, después de proclamar la grandeza del Señor y presentarse como “sierva”:
Hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Esta es la proclama redentora de María. Una vez la dijo ante Isabel y siempre la repite, en las entrañas de la iglesia. Así la descubrió Pedro Nolasco sintiendo que la misma madre de Jesús, la redentora, le invitaba a fundar un instituto redentor. Por eso asumir la presencia de María significa recibirla una vez más como principio de liberación; ella está al centro de la Iglesia (cf. Hch. 1, 14) como madre que guía los hermanos en la marcha de Jesús, como amiga que sostiene y nos conduce al compromiso.
La Mercedaria del Santísimo Sacramento sabe que su Madre, María de la Merced, se ha presentado al mismo tiempo como madre de la Eucaristía. Ella fue el primer “Sagrario”, el templo misterioso donde la Palabra de Dios Padre, el Hijo eterno, se ha hecho para siempre el pan y vino de la historia; en ella se ha realizado la primera “consagración”, aquella “transubstanciación” o misterio del Dios que (sin dejar de ser divino) viene a hacerse carne, o, mejor dicho, “substancia” de la historia. Así lo dice el Credo: “por nosotros y por nuestra salvación… nació de María Virgen”.
Nació “por nosotros” para entregar su vida como un hombre, en medio de los hombres. De esta forma, ella, la madre de Jesús, se viene a convertir en Madre de la Redención. Ella ha ofrecido a Jesús la carne y sangre de su sacrificio, las “especies” o los signos de su entrega por nosotros. Así lo ha comprendido y lo venera la religiosa del Santísimo Sacramento. De esta forma vuelve a descubrir sus más profundas raíces mercedarias: siendo Madre del Jesús Eucaristía, María se presenta como Madre del Liberador, puerta y principio de la redención para los hombres.
Quizá hemos expresado esta experiencia de manera demasiado teológica o teórica. Quisimos que el misterio quede claro. Por eso es conveniente que podamos descubrir la hondura de María como Madre de Merced (de redención). Pero después de afirmar esto, debemos desplegar una profunda “mística Mariana”. El mismo evangelio ha presentado a María como ejemplo de fe, como un modelo de entrega y libertad cristiana. Por eso tenemos que imitarla: a través de ella podemos descubrir el gran misterio del Hijo de Dios que se hace carne, se hacen redención y entrega por los hombres. Cesan las palabras, se hacen muy pequeñas las razones. Sólo queda un gesto de alabanza: nos ponemos con María ante las puertas del misterio, identificándonos con los más pobres, en actitud de escucha total, en gesto de entrega por los otros.
Como segundo rasgo señalamos la mística liberadora, centrada en el encuentro con Jesús liberador. Siguiendo un esquema conocido en todos los libros de piedad y teología, distinguimos tres momentos: la historia de Jesús, su muerte y su resurrección. En este plano se desvelan los aspectos más salientes de la espiritualidad de San Pedro Nolasco.
El primero es el momento de la historia de Jesús. Volvamos otra vez a Nazaret y comencemos el camino de su vida pública: bajemos al Jordán, escuchemos al Bautista; subamos al desierto y superemos la llamada de este mundo; tendremos con Jesús en Galilea, escuchando sus palabras con libertad, recibiendo sus dones. Pasó por la tierra haciendo el bien: fue animando a los hundidos, acogiendo a los marginados, perdonando a los pecadores, curando a los enfermos, liberando a los endemoniados y oprimidos… En todas las colinas y ciudades de la antigua Galilea pudo oírse una llamada de amor y libertad: “id y anunciad a Juan lo que habéis visto: los cojos andan, los ciegos ven… y los pobres acogen la buena noticia de la libertad. La gloria y la libertad de Dios se vuelven transparentes en la tierra.
Ciertamente, Jesús abre los ojos de la fe: pretende que los hombres crean y se salven. Para eso les ofrece el gesto de su ayuda: les anima, les cura, les enseña, les libera… podemos resumir todo el camino diciendo que se trata de un gran gesto de amor y libertad; Jesús quiere que los hombres sean que vivan plenamente; por eso les invita a ser, les hace desplegarse en libertad. Así le ha visto Nolasco; así le han visto todos los hermanos mercedarios, como el gran liberador, el hombre que ayuda y ofrece redención a todos los que estaban oprimidos.
Pero la historia de Jesús no acaba así. Le han perseguido precisamente por mostrarse redentor: porque dicen que destruye una vieja ley de santidad que guardan los maestros de Israel, porque ayuda a los más pobres en el día de sábado, porque entiende e interpreta a Dios como principio de amor y libertad abierto a todos los cautivos. Por eso han condenado a Jesús. Le han señalado como peligro público, sentenciándole a morir. Así ha colgado en la cruz el Hijo eterno de Dios, el amigo de todos los pobres de la tierra. Allí ha sufrido hasta las heces la agonía de la historia: ha sufrido el dolor de los condenados, la angustia de los solitarios, la oscuridad de los marginados. En nombre de todos ellos, como el gran cautivo de la historia, ha muerto llamando al Padre: ¡Dios mío! ¡Dios mío!, por qué me has abandonado?
Dios ha escuchado ese grito, respondiendo desde el fondo de la muerte y resucitando a Jesús. pero antes de venir a la Pascua tenemos que pararnos un momento. Estamos ante la Cruz, como Pedro Nolasco. Cuanto más profundamente contemplamos, cuanto más intensamente penetramos en la hondura del Hijo de Dios que entrega su vida por los hombres, vamos descubriendo que con Él han muerto todos: allí están, clavados en la cruz, los condenados de la historia. Así lo ha visto Nolasco. El mismo Jesús sufre en la agonía de los hombres cautivados: tuve hambre… Tuve sed…, estuve desnudo y exiliado, enfermo y en la cárcel. (Mt 25, 31-46). En todos los lugares de tortura de la historia sigue Jesús agonizando, está muriendo el Hijo eterno de Dios Padre. Por eso la contemplación se transforma inmediatamente en gesto de solidaridad y compromiso.
Pero dejemos por ahora el compromiso. Sigamos con Jesús, veamos cómo está resucitado. La experiencia de la Pascua puede explicarse de maneras diferentes, pero hay una que parece primordial: con las mujeres que fueron al sepulcro, con los mismos discípulos que un día le dejaron, descubrimos que el camino de Jesús sigue adelante. ¡Ha resucitado! y continúa sobre el mundo su llamada de amor y libertad. Por eso no basta que miremos a la cruz; sabemos que Jesús está sufriendo con todos los que sufren y sabemos algo más: el mismo Señor resucitado nos invita a redimir a los cautivos, nos invita a traducir sobre la tierra su camino de esperanza y libertad que lleva al reino.
Esta es la devoción pascual de Pedro Nolasco: se encuentra unido con Jesús y le descubre vivo en el camino que conduce al amor y libertad; está Jesús donde se anima al pobre, se libera al oprimido, se inaugura sobre el mundo un camino de confianza abierta hacia los más desheredados. Parece que la misma devoción se abre y convierte en más que devoción: es la vida que se ofrece desde dentro por los otros.
En esta línea, y siguiendo la inspiración de Pedro Nolasco, las Hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento han desarrollado el aspecto eucarístico en el centro de su misma experiencia orante. Orar supone “vivir la Eucaristía”, reflejar la cada día en la vivencia de la entrega de Jesús que nos invita a traducir y actualizar su entrega sobre el mundo.
En un primer momento la Eucaristía nos lleva al gesto de la ofrenda de Jesús, su muerte en Cruz, como acabamos de mostrar en el aspecto precedente. Pero ahora descubrimos un aspecto nuevo: acercándose el momento de su entrega, Jesús quiso celebrar la vida con el grupo de discípulos y amigos que vinieron con Él de Galilea. Se sentó en la mesa, partió con ellos el pan, les ofreció su vino y dijo: “tomad y bebed todos… Es mi cuerpo, es mi sangre”. Desde aquel momento, la ofrenda de Jesús se ha convertido en fundamento de vida, el misterio de presencia redentora dentro de la Iglesia.
Así lo viven las Hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento; pero ellas saben, como Pedro Nolasco, que es preciso actualizar la entrega de Jesús; reciben el don de su señor crucificado, participan de su pan y de su vino; al mismo tiempo quieren estar crucificados con Jesús, convirtiendo su vida en pan y vino por los otros. Este es un misterio de silencio más que de palabras. De todas formas, es preciso decir algo. Sabemos que Jesús se cambia, convirtiendo su vida en alimento por los otros; de esa forma permanece para siempre en medio de la iglesia. ¿Y nosotros? por medio de un proceso semejante los cristianos que reciben el cuerpo y sangre de Jesús se convierten también en vida nueva: tienen que ofrecerse, con Cristo y como Cristo, por los otros. Esto significa que se ha dado una especie de “transubstanciación”, decirles dentro de la Iglesia, como alguna vez han dicho los antiguos Padres y doctores. Parece complicado, pero es simple; lo diremos de una manera muy sencilla: la religiosa del Santísimo Sacramento que ha vivido desde dentro el misterio de Jesús-eucaristía, viene a convertirse también ella en una especie de pequeña “eucaristía”, su vida no le pertenece, la está dando, desde darla por los otros. Ya no vive en ella misma: vive en Jesús y con Jesús está viviendo ya para los otros, especialmente para aquellos que son pobres y perdidos; vive fuera de sí misma en un aspecto muy concreto; ha de entregarse día a día por los otros.
Con esto pasamos casi sin darnos cuenta, del momento de sacrificio al nivel de comunión originaria de la eucaristía. Hay sacrificio: ya no vivo en mí, ofrezco mi vida, con Cristo por los otros. Hay comunión: me he entregado a los demás; otros me acogen, comulgan conmigo, se entregan en mis manos. De esta forma se cumple el gran misterio. Hay un viejo refrán Castellano que dice:” cada uno en su casa y Dios en la de todos”. Pues bien, cambiando esa sentencia una religiosa del santísimo Sacramento, cuando ha llegado al límite más hondo de su entrega por los otros, en el centro de su comunión eucarística, tiene que decir: cada uno para los demás y Cristo para todos, cada uno en los demás y Cristo en todos.
De esta forma nuestra Eucaristía se convierte en “celebración anticipada” de la gloria y libertad de Cristo. Vivimos todavía en un mundo cautivo; estamos sometidos a las fuerzas y poderes de la tierra que nos tiran, nos aplastan, nos oprimen. Pues bien, en medio de esta tierra de noche y cautiverio podemos detenernos y cantar victoria: celebremos ya la Pascua de Jesús resucitado. Unos y otros nos juntamos: recordamos en común el gran misterio de Jesús y al invocarlo tomando su pan y subí no vivimos su presencia en medio de nosotros. De esta forma, unificados todos en Jesús, vivimos los unos en los otros; cesa el egoísmo que destruye, la violencia que aprisiona, el deseo de poder que mata; por un momento al menos se descubre la grandeza del misterio: Dios es comunión; también nosotros con Jesús podemos trazar un nuevo orden de amor y comunión entre los hombres.
- Experiencia redentora: aspecto eucarístico y mercedario.
No tenemos que buscar unas raíces redentoras diferentes. Es cierto que nos pueden ayudar las ciencias de este mundo: economistas, sociólogos, psicólogos indican los males de la tierra; pero encerrados en su ciencia desconocen la hondura de los males; resultan incapaces de llevarnos hasta el centro del amor y libertad que ahora buscamos. Nuestra acción liberadora brota de la misma experiencia de oración que hemos trazado.
Algunos han querido separar teoría y praxis, contemplación y compromiso. han dicho que la Iglesia se mueve solamente en un nivel contemplativo, en plano de teorías; frente a eso es necesario el compromiso de una acción que cambia el mundo. Pues bien, nosotros sabemos que esa división es falsa. La experiencia espiritual que hemos trazado, partiendo de Pedro Nolasco y culminando en la Eucaristía, lleva en sí misma una vertiente redentora. Así lo indicaremos todavía brevemente, destacando los rasgos ya marcados: María, Cristo Redentor, Eucaristía. La devoción Mariana, cuyo fundamento activo ya hemos señalado, se traduce en una profunda disponibilidad redentora. Igual que María, iniciamos el diálogo con Dios; Dios se presenta, nos ofrece su palabra, nos invita; debemos responderle:”estoy en tus manos, Señor; cumple tu palabra”. Pues bien, la palabra del Señor es redentora; por eso nos ponemos en sus manos para actualizar de esa manera su voz de libertad. Rehacemos de esa forma el camino de María, la madre de la libertad; ella es liberadora por ser virgen de la Merced; nosotros seremos con ella también liberadores.
La presencia de María nos invitas a una actitud de redención que se funda en la acogida, la presencia cercana, el respeto cariñoso, el compromiso por los más pequeños. Lo primero es la acogida: no pensar que somos creadores de la historia, no imponernos desde arriba; tenemos que ponernos a la escucha de Dios, unidos a los otros, caminar con ellos, manera humilde, muy sencilla. Por eso es necesaria la presencia, tal como lo evoca el gesto de la Visitación de María a su prima Isabel. Muchas veces intentamos liberar estando aislados, quedándonos al margen, autosuficientes, egoístas. pues bien, María nos indica que sólo recibe la verdad el que se acerca a los demás, siendo capaz de conversar con ellos, en sencilla y profunda transparencia.
Estamos saturados de palabras grandes, de gestos pretenciosos. Hay muchos liberadores postizos que se imponen con violencia, oprimiendo a los incautos, pues bien, como María sabemos que libera sólo el que respeta: respeta la pobreza de los otros, su silencio, su dureza; les quiere así, con gran cariño, en un camino humilde, cercano, compartido. Por mucho que digamos encontrarnos al servicio de los pobres, nuestros gestos de ayuda redentora se presentan casi siempre pretenciosos, parecemos dueños de la verdad, hablamos con imposición, nos movemos siempre arriba. Mientras tanto los pobres siguen siendo pobres, los niños no entienden, los marginados se mantienen en un tipo de nueva marginación.
En este camino de la libertad, María nos ofrece el rostro de la sencillez cercana. Ella ha hecho lo más hondo, aquello cotidiano; acoge al Niño, lo va educando día a día, le introduce en los caminos de la vida. Simplemente quiere que ese Niño sea, que ese muchacho crezca, para que pueda ser Él mismo, no le impone nada, no le obliga, le va abriendo con total dedicación los caminos de la vida, para que un día, pueda desplegar todo lo que lleva dentro y entregarse plenamente por los otros. De esta forma, María permanece dentro de la Iglesia como gran liberadora, ¿qué ha hecho? Externamente poco, en realidad muchísimo, mejor dicho, todo: ha educado a un niño para la libertad, abriendo así el camino de Jesús, el Cristo.
Pero hay un momento en que ese gesto de la Madre educadora puede parecer estrecho. Entonces ella misma continúa hablando, nos lleva hacia Jesús, su Hijo, y nos indica: “Haced lo que Él os diga” (Cf Jn. 2,5). Es como si dijera: mi sendero culmina con Jesús, aprended conmigo el gran camino de la libertad de Dios sobre la Tierra. Así se arraiga el compromiso de Nolasco, a la luz de Jesús liberador de cautivos.
¿Qué ha hecho Jesús? Ya hemos ido viendo, inicia un camino y, nos llama invitándonos a seguirle. No promete bienes de la tierra, ni fortuna; no nos ha ofrecido poderes de carácter económico o político. Siendo como somos muy pequeños, Él nos considera capaces de seguirle, liberando a los más pobres, entregando la vida por Él, inaugurando así un camino de resurrección. Sería imposible precisar ahora los rasgos de esa empresa de Jesús; para ello, tendríamos que retraducir todo. Sencillamente destacamos, estos dos rasgos: la ayuda al oprimido, la apertura hacia la fe.
Jesús viene a buscar la oveja perdida. Pues bien, en nuestro caso, no es una oveja perdida, sino robada, manejada, maltratada. Así estaban los hombres en tiempos de Nolasco, los cautivos en tierra musulmana. Así están ahora muchos: los poderes de opresión siguen siendo semejantes, la violencia, en el deseo de dominio… la búsqueda de seguridad…. gran parte de los hombres siguen manejados, esclavizados. Jesús vino a ayudarles, quiso romper las cadenas; será liberador quien se decida a seguir realizando su gesto, confiando en los hombres, abriéndole es un camino de realización.
¿Por qué actuar así? Porque Jesús tuvo fe en los hombres, también Nolasco creyó En los cautivos, supo descubrir en lo más hondo de sus vidas una llama de amor y Libertad. Pues bien, nosotros seremos liberadores si es que sabemos confiar, como Jesús. no buscaremos ningún tipo de dominio Superior, ninguna dictadura material, social o religiosa. queremos simplemente al hombre, confiamos en él y le ofrecemos una posibilidad de realizarse. para ello tenemos que enfrentarnos con los poderes de opresión. Jesús tuvo que hacerlo, rompiendo el tejido de ideas y creencias que tenían oprimidos a los pobres; Nolasco debió hacerlo Pidiendo limosna y comprando a los cautivos. nosotros? tenemos que buscar Día tras día un modelo de liberación, un tipo de ayuda efectiva a los más pobres. No queremos ni podemos emplear los medios de violencia externa; queremos liberar desde la pura gratuidad, en gesto no impositivo. Pero, quizá esa misma actitud venga a suscitar una respuesta de violencia en aquellos que mantienen el poder, tenemos que estar dispuestas a sufrirla.
Finalmente, dentro del esquema que estoy desarrollando todo el camino de liberación culmina en forma de comunión eucarística. Queremos ayudar a los demás para que puedan creer; sin ningún tipo de imposición, abriremos un camino de confianza en el que puedan desplegarse en libertad y desde dentro. Pero, al mismo tiempo, el testimonio de nuestra fe, dirigida a la comunión eucarística. La liberación plena vendrá cuando los hombres puedan celebrar con hondura y libertad la Eucaristía; cuando viva cada uno abierto a los demás, cuando compartan todos gratuitamente la existencia.
Pero con esto, presentamos un misterio que desborda todas nuestras posibilidades de planificación. Lo que hacemos de hecho hasta ahora, basta para barruntar la riqueza de vida y esperanza que viene a presentarse en ese lugar, donde confluyen el carisma mercedario de Nolasco y la espiritualidad eucarística; es ahí donde se encuentran las Hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento, que celebran los 75 primeros años de su vida. Desde aquí Les deseamos una gran fidelidad a Jesús, en ese camino de adoración liberadora que han querido asumir dentro de la iglesia